Soy Magdalena y nací un 17 de marzo de 1765 y aunque no recuerdo nada de ese día como es de esperar, las palabras de mi padre me cuentan que fue un día de felicidad por mí llegada y de tristeza por la marcha de mi madre, que murió en cuanto me dio la vida a mí por una fiebre puerperal.. Supongo que las circunstancias en las que parió no fueron las apropiadas...
Diez años después mi padre, Polonio, me dejó solo cuando él tenía 30 años y murió por sífilis. Me quedé con la única compañía de las ratas que quedaban en aquel sitio que llamábamos casa
A los cuatro años me casé con un hombre cinco años mayor que yo, al que mi padre había decidido entregarle mi mano cuando todavía yo era una niña, por una buena amistad con el padre de este. Aun oponiéndome al principio a la idea de casarme con una persona de la que no sabía nada, debo reconocer que Cristian era un hombre bueno al que supe querer con el tiempo y el cual me dio cuatro hijos... Nos casamos el día veinte de julio cuando yo tenía 19 años, fue un día digamos que extraño y diferente para mí. Fue en la Iglesias de San Xurxo, en el barrio de la Pescadería, cerca de donde viví desde mi infancia y donde continué viviendo una vez casada ya que mi marido trabajaba en el puerto como pescador en ese nuevo comercio marítimo . Fue un matrimonio feliz, hasta que la mano estranguladora de la muerte se llevó a mi marido.
En el año 1785 un 12 de diciembre nació mi primera hija. Para qué mentir. Fue el día más doloroso, aterrador y violento que tuviera hasta aquel entonces. El nacimiento de un hijo debiera ser otra cosa que no supusiera dolor sino todo lo contrario, felicidad, ganas de vivir por ese alguien al que tú le has dado vida, debiera ser un día alegre... Pero no lo era. Pensé que no sobreviviría a aquel doloroso parto y me hice a la idea de que me iba a pasar lo mismo que le aconteció a mi madre, pero no fue así. Por desgracia, o no, fue mi pequeña la que falleció a los trece días, dejándonos en ese frío invierno, causante (entre muchas otras cosas) de la muerte de Cristina Sofía, mi primera hija a la que no tuve a penas tiempo de tener en mis brazos.
Dos años más tarde di a luz a mi segundo hijo Christian Gottlieb el 29 de septiembre y recé a Dios para que mi segundo retoño no corriera la misma suerte que mi difunta hija y mi marido cuando el bebé nació y pudo ver que era un varón, pidió conmigo para que viviese. Por suerte, mi Señor escuchó mis plegarias y dejó vivir al pequeño Cristian aunque todavía no tengo claro si esa fue la mejor opción.
No quería tentar a la suerte pero digamos que era "mi deber" parir. Pero de nuevo, a los dos años me quedé embarazada y parí a mi hijo Ernesto Andrés el 18 de julio. Era hermoso verlo empezar a andar, ayudándolo a levantarse cuando cayera, escuchar las primeras palabras que salían de esa minúscula boquita, observarlo jugar con su hermano Chistian... Pero cuanto más quieres algo, cuanto más feliz has sido con ello, cuanto mas deseas aferrarte a eso, más doloroso es aceptar su pérdida. Y así me pasó a mi cuando ya me había hecho a la idea de tener a mis dos preciosos hijitos conmigo, cuando un día, de repente y sin ninguna explicación ni tiempo para despedirme, mi hijo falleció. Otra vez, otro más...
Cuando me percaté de mi nuevo embarazo deseé perder a mi hijo antes de traerlo a este mundo. Es algo muy cruel, despiadado, increíble de pensar, imposible de creer, pero cierto. Tan cierto como que había perdido ya dos hijos, así era de real que no quería dar a luz a un bebé momento de conocer el rostro de mi hija, los dolores de los tres partos anteriores se repitieron y volví a sentirme pequeña, insignificante, muy manipulable ese 25 de julio del 92... Cuando los dolores cesaron y pude ver esa cara redonda de mi última niña sentí que había merecido la pena todo lo que había soportado. Luché para sacar a mi familia adelante, peleé contra todos y todo para defender aquello que era mio, y junto con mi marido, Polonio, vimos crecer a nuestros dos hijos: Cristian y Carlota.
Mi juramento. Podría decirse que me gustaba lo que tenía, en lo referente a la familia, es verdad que había sufrido demasiado con las pérdidas a las que me tuve que enfrentar pero lo que Dios me había dejado merecía la pena. Así pues decidí prometerme a mí misma a mediados de febrero del 92, que no sufriría más, que me cinguiría a luchar por lo que tenía, por lo que me quedaba, y nada más.
Juré no tener más hijos.
Cuando piensas que tu vida está medianamente bien, cuando crees que ya nada malo puede ocurrirte ahora que has superado todos los malos recuerdos que esconde el pasado, ahora es cuando la vida vuelve jugarte una mala pasada. No pregunta, no responde, solo actúa.
Polonio. Mi marido. Él.
Aquel 6 de junio del 1798 de nuevo me di cuenta de que nada estaba en mi mano, después de mi promesa de no tener más hijos ya que no quería sufrir más pérdidas, veo como no importa lo que yo haga porque siempre va a acontecer algo que me supere. Una fuerte gripe se hizo con mi pobre esposo y le arrebató la vida a las pocas semanas dejándonos a los tres solos. ¿Cómo se explica la muerte de un padre? Una de las cosas más dolorosas que siempre recordaré, serán las caras de aquellos dos niños asustados con una mala noticia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario